3 de junio de 2008

Sí, es

Coiffeur hace canciones rosas. Bueno, de hecho canta por ahí sobre goles rosas mientras los autos pasan. Esa historia del pibito que corría los domingos al descampado donde se creían Ortega –el equino- mientras la metían en arquitos improvisados con camperas enroscadas en el pasto crema. Y él a un costado, perdido entre el 5 y el marcador izquierdo, con las manitos en los bolsillos mirando a sus compañeros con el cariño que uno dedica a un slip de algodón que abandona. Elásticos bandeados. Fundillo de toalla. Un pedazo de la marca pendiendo de un hilo. Un chico que será gay, y lo está descubriendo.

No se por qué, pero siento que a Coiffeur es mejor escucharlo en invierno. Su tono –hay un tono- es invernal, y sin embargo nunca triste, ni melanco, ni un lugar común.

Y gracias a dios que es invierno: he escuchado tanto a Coiffeur últimamente que (teníamos una entrevista para el programa que nunca concretamos) estamos hablando para traerlo a tocar a Villegas, y la cosa va encaminada.

Para que traiga su canto de esdrújulas. Su enroque de patas, manos y uñas en esa carpa de extraños. Sus dudas sobre las dudas. Su corazón a prueba de balas. Sus canciones rosas trotando en la llanura de mi cultura ocre.


Ojalá que se de. Tiene que ser en invierno.

Escuchenlo:
> Su web:
www.coiffeurclub.com.ar
> Descargate un concierto ao vivo:
http://unaradio.com.ar:8030/Alta%20Calidad/estamosfelices/alianza-coiffeur.mp3

Un videito en vivo d regalo:



volví


El viento que sopla afuera anuncia el fin del mundo. Suelo pensar esto cuando las ventanas devuelven esa suerte de acople unplugged que casi invariablemente me hace saltar la térmica. Más cuando el viento tiene un calor dulzón que viene del norte, que queda justo enfrente de mi casa, como mi panza de su cintura.

Hoy el viento no es ni dulzón ni nada que se le parezca: tan torpe y helado es el hijo de puta que no derrite las paredes, las –literalmente- escarcha.

Y ayuda y mucho lo que termino de leer. Es un libro de ensayos de un escritor argentino, o boedino. Digo que es de ensayos porque lo dicta el título: Ensayos Bonsái, de Fabián Casas. Antes había pasado por Ocio y Los veteranos del pánico, que devoré entre la cena y la llegada del sueño, cuando apago el velador –soy un durmiente prolijo.

Pero hay, hoy, ahora, un antes y un después de los bonsái –Casas sigue escribiendo como Casas-: el libro trae consigo una foto del autor, a quien ahora conozco. Casas es un morocho que acusa un lomo grandote fuera del plano, que porta un gorro de lana y un collar pasados de moda, serio, con labios anchos como avenida; un collage entre actor de tumberos, mario baracus y la mona gimenez. Ver a Casas afirma una intuición, que ahora la imagen y no sólo la pluma empujan: cualquiera puede escribir –gracias, decadentes. No se qué mierda poner de la pluma de Casas –su texto son textos sobre otros escritores (ex profeso) – que no suene a cliché, pero soy una víctima: me produce una especie de adicción incontrolable que, luego de esa foto de mierda, ahora vuelve como vómito acá. Síntoma, enfermedad, secuela. Casas me devolvió la chispa de escribir algo. Y como en este blog venía haciendo anotaciones sobre música, eso haré.

Gracias, Casas.

Rockeros: léanlo.

> chequiráut